Algo ha cambiado

Recientemente recibí la noticia de que el ser que se gesta en la panza de mi esposa es una niña. ¡Una niña! Sí, escuchó correctamente, una niña...
No pude evitar el encuentro con emociones que jamás imaginé: recordé las noches contando mentiras en una barra sólo para conseguir un poco de atención (probablemente un poco más que eso), las mañanas de silenciosas escabullidas, las tórridas conversaciones tan impúdicas, pero tan sabrosas, las constantes elucubraciones con todas las mujeres que he conocido.

Las he amado a todas ¡Lo juro! sin embargo, no puedo evitar el querer proteger a mi niña!
Porque he conocido la naturaleza del hombre avezado y le temo.
¡Ay, Camila de mi alma! Tu preocúpate de vivir feliz que papá se ocupará de todo lo demás...

Quizás me preocupe demasiado...
Lo cierto es que ahora comprendo al anciano que vive allá en Santa Marta, cuando decía que perdía los cabellos con cada una de las preocupaciones que le daban sus hijos; estoy convencido de que me estoy quedando calvo; desde ayer he notado más pelos durmiendo en la almohada.