Cuento por: Jorge Ariel Valentine
A veces no puedo dormir. No es que sea algo del otro mundo, digo, mucha gente no puede hacerlo y todo sigue de lo más normal, pero yo no. Dudo mucho que esté perdiendo la cabeza aunque dormir se me haga cada vez más difícil hasta el punto de olvidarme totalmente que deba hacerlo. Además, nadie es perfecto; si tuviéramos todo lo que se desea, cerrar los ojos y quedarse dormido sería tan fácil como un paseo en la calle de atrás, o de enfrente, o la avenida más cercana.
Pienso que eso está bien, que las personas no puedan entregarse al sueño como buenos cristianos, de esa manera el día se les hace más largo, y queda tiempo para pensar en cosas importantes, como… no sé… la necesidad de dormir quizás, o probablemente aprender farsi -que es una lengua a la que voy a apostarle en el futuro.
Aunque en mi caso, y no es que yo sea alguien muy fuera de lo común my dear doctor, pensar en dormir es una incomodidad; me provoca un insomnio gravísimo. Al principio me pareció extraño, incluso molestoso; digo, es una necesidad biológica y todo lo demás, pero para mí, nodormir se me hace imperativo. Y digo imperativo como podría muy bien decir necesario, imprescindible, forzoso, inexcusable o indispensable, porque a fin de cuentas, las necesidades son distintas de individuo en individuo, ¿verdad?
Todo comenzó la noche en que dormido, no podía sacarme de la cabeza -como si estuviese despierto-, la guitarra, que distante y funesta sonaba como presagiando el final. Claro que usted podría tildarme de loco, y no le culpo; ¿qué hombre en sus cabales escucha guitarras casi despierto mientras duerme.
En-tiendo que la inconciencia del somnio debería ser suficiente como para espantar todas esas imágenes y sonidos que no son bienvenidos cuando se está despierto, pero en mi caso, es cuando duermo que llegan.
Yo antes dormía bien, digo, pasaba la noche completa con los ojos cerrados, que debería ser suficiente para pernoctar sin peores consecuencias físicas, hasta que -como de la nada-, comencé a escuchar aquellos acordes etéreos, ácidos, punzantes y cósmicos. Nunca en la vida cosa igual me había sucedido. Yo no toco guitarra, de hecho, me fastidia todo lo que se pueda denominar musica, es decir, cualquier género musical me agobia. Y todo desde que escuché una fenomenal obra de Edgar Varese que me sacudió algo adentro. Usted dirá que a nadie le sucede cosa igual con las piezas del franchute, pero, Rafaelito, te digo que sí. Durante el Allegro sentí algo quebrarse, como un pequeñísimo globo de hule cuando revienta.
Aquella pieza, cuyo título afortunadamente he olvidado, me hizo torcer de formas y figuras que jamás imaginé; estruendos, chillidos, silencios, flautas poseídas, el puro horror manifestado en notas aleatorias ( mi, sol, do, re 7, fa) tarrarat tat tat, y luego, la guitarra. Al cerrar los ojos, la guitarra. Al intentar ignorarla, la guitarra y luego de mil pastillas, catorce tes y cuatro cucharadas de descongestionante con codeína (narcótico disponible sólo con receta), la guitarra.
Se convirtió aquel instrumento en el sinónimo de la oscuridad de la noche, como un funesto presagio de algo terrible e indómito que se cocía en mi cabeza. No, no era un punzón en ninguno de mis lóbulos cerebrales, mucho menos nudos linfáticos o cosa por el estilo, físicamente no había nada, eran simples acordes en fa menor, que con sus vibraciones diapazónicas me provocaron… miedo. Como si hubiesen despertado algo que ya olvidé.
El día en que el padre murió, le tocaron el Concierto de Aranjuéz frente al ataúd. Yo, debido al ángulo en que me encontraba sentado, no pude evitar fijarme en las manos de Julio el guitarrista, y de fondo, el rostro rígido, hinchado, triste, y muerto del padre. Creo que de alguna forma, y esto pensando objetivamente porque después de todo, soy un hombre racional, yo he venido a relacionar al instrumento con eso de estar acostado -y muerto-, en una caja.
¡Si tan sólo pudiera dormir!
Pero no puedo, me he imposibilitado las posibilidades de los posibles sueños porque le tengo miedo a la guitarra. Temo que cerrando los ojos, vuelva Julio a tocar el concierto del español y sea yo quien no pueda despertarse.
… Curiosamente, cuando con ojos abiertos paso a la inconciencia, no es a Varese al que escucho. De hecho, no escucho nada. Es como si todo estuviera frío, pero sé que estoy bien, porque continúo viéndolo todo; sin importar tampoco que constantemente tenga que utilizar gotas para refrescar los ojos, porque con sólo parpadear veo cosas en silenciosos tonos rojos, e inmediatamente pierdo el aire.
Afortunadamente he inventado un artefacto con cinta adhesiva quirúrgica, varios palillos de dientes, un gorro de dormir y un antifaz, para poder dejarme los ojos abiertos. La parte difícil es colocármelo, el resto, o sea la hidratación, es cosa fácil; instalo la botellita en un gotero que se activa con cada inhalación, el medicamento cae y ¡presto! No tengo por qué cerrar los ojos para nada.
Soy afortunado, doctor García, mis días son máass laarrggooss que los de cualquier son of a neighbor. Y eso no está mal, porque cuando llegue la morte, a diferencia de los hijos del barrio, yo estaré con los ojos abiertos, esperándola, vigilante, mirándola a la cara, y con derecho a requerirle cómo quiero irme.
No, no puedo irme a dormir, por más que quiera, no puedo dormir. Yo, no puedo irme así.
© jorge valentine Todos los derechos reservados San Juan Puerto Rico 2006.
por
Jorge Ariel Valentine
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2 observaciones:
Deberian patentizar el aparatito de los parpados....
nos vemos que tengo sueño, voy a quedarme despierto.
Me mató la descripción gráfica del método para hidratar los ojos. Si pudiéramos prescindir del sueño, qué otras cosas no haríamos,tal vez ascendería dramáticamente las estadísticas de crímenes o habría más explotación patronal o las tristes mujeres obligadas al tráfico de la prostitución no tendrían derecho a descansar sus cuerpos.Me gustó la ilustración de Kubrick. Este es mi nuevo blog, shhhhh.
Saludos,
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