Acabo de regresar de un viaje. Visitaba a viejos amigos de la facultad allá en París, no sé si buscaba una de esas viejas emociones que salpican la memoria, o probablemente sólo quería disfrutar de un respiro bien merecido.
Nos sentamos a dialogar sobre muchas cosas; en todo momento evité hablar sobre mis libros y mis cuentos... como si quisiera evitarme cierto tipo de molestia al tener que explicar
- pedantemente, manera en la que todos dicen que hablo-, cómo, por qué o por qué no, utilizo tal o cual recurso literario. Claro, los compañeros presentes nunca antes se habían molestado en preguntar, y yo tampoco me había molestado en explicarles. Así que, después de todo, comencé a hablar de mi teoría literaria particular.
Y al hacerlo constaté de que mi particular hermetismo responde al miedo de ser olvidado y/o robado de ideas. De todos modos, mis amigos, mientras fumaban y tomaban café, parecieron no estar interesados en mi propuesta y procedieron a hablar sobre temas menos importantes para mí: Bush, el petróleo y cómo la crisis estudiantil en Francia se parece tanto a la del 68.
Guardé silencio y me marché al apartamento donde me quedaba en la Rue Gordin.
Hoy, mientras más lo pienso, más me convenzo de que hablar con viejas amistades es sólo perder el tiempo (y el dinero)... nunca podrán entender mi escritura.
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2 observaciones:
Los escritores son entes difíciles. Nadie nos entiende; ni nosotros a los otros.
a veces me siento igual que tú ernesto...el otro día hablé con una amiga que desató en mí una serie de sentimientos violentos que no deseo plasmar en este foro. al menos tú regresaste al apartamento...
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