Decir “nosotros” (pronombre personal), ha pasado a ser uno de esos juegos gramaticales que, lejos ya de servir como sujeto en una oración, busca representar todo un concepto turbio de “ellos”, “yo”, “aquellos” y “lo otro”. Conjugándolo en un revoltillo de identidades, “nosotros” ha venido a sustituir la acepción de individuo para achacarles a otros, en mayor o menor grado, lo que es de uno y no de tres o cuatro. Véase la terrible insistencia de artistas a lo “one hit wonder” decir que lo suyo lo hacen representando a su tierra. ¡Qué cosas tiene la fama!
Aquí en Puerto Rico, siempre ha existido una actitud de amor y odio ante el concepto de “colectivo”; marchamos en pro de tal o cual causa, pero nos es complejo bajar el vidrio del auto para darle unos centavos al ser que se para en la calle; nos conmueven las causas terribles y nos ponemos sostenes multicolor, camisas y distintivos, pero aún pensamos que el mal –ese ente diabólico y terrible ― vive solo (pronombre y adjetivo) en el caserío.
El mejor ejemplo lo ponen nuestros boxeadores; estos héroes nacionales que utilizan el “nosotros” como el vocablo adecuado para aglomerar a su entrenador, cutman, nutricionista, chata y fanaticada en un solo artículo de consumo: él. Claro, en una tierra como esta, nadie quiere a un púgil que solo habla del yo, yo, yo, cuando somos nosotros, no él, quienes pagan el pay-per-view; mejor se habla en plural aunque se pierda solitario.
Sin embargo, para tanto “nosotros” que se superpone en oraciones y entrevistas, en supermercados y plazas públicas, la realidad parece puesta de cabeza. El más reciente documental del realizador Davis Guggenheim, Waiting for Superman (2010), por ejemplo, detalla que las uniones de maestros en Estados Unidos –esas entidades que colectan cuotas a granel en cada escuela del país –solventaron unos $56 millones de dólares del fondo electoral para la campaña de 2008; dinero que algunos “nosotros” pagaron para unos cuantos “ellos”. Algo similar le ocurre a la distopía de los partidos políticos aquí en la isla y sus discursos de pluralidad. Como en una comedia negra, el orgullo del personaje principal termina por ser su mayor condenación. Aquí “nosotros”, ese que pretende arrastrarnos a fuerza de vergüenza ajena, no es más que un verdadero error gramatical; un chiste.
No es falta de cariño, corazón (como dice la popular canción), pero las consecuencias naturales de esta “apropiación” sin permiso me suena mal, no solo desde el punto de vista morfosintáctico, sino desde la óptica de pueblo con proyecto pues, decir “nosotros” supone responsabilidad y esa solo se adquiere con años de madurez; indiscriminadamente, “nosotros” invalida el “quiero”, “busco”, “hago”; pero, esos pretéritos ya son tela de otro saco.
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