Leer a Daddy Yankee en Chavier

Por JORGE ARIEL VALENTINE
Publicado en El Nuevo Día
martes 8 de diciembre de 2009


Me atrevería a apostar que ni el “Sikario” ni el “Bichote”, personajes interpretados por un par de chamacos del residencial Chavier de Ponce, han visto alguna vez una película de Buñuel, mucho menos hayan leído una obra de Edgar Morin. Sin embargo, cabe la posibilidad de que hayan excedido el nivel de realidad a la que algunos realizadores del “cinéma verité” aspiraron.

Es poco probable que estos niños sean asiduos “fans” de “reality shows” de moda, pero, a través de un lente anónimo, estos niños provocaron la opinión de varios sectores del país. Con su libreto mimético se han mostrado como partícipes de una verdad visceral; muchos pueden decir que también han lanzado su grito como víctimas.

Lo cierto es que, en la mejor de las tradiciones fílmicas, los muchachos de Chavier han realizado su “close up” a la pobreza, a la marginación, a la construcción de sus personalidades y el grado de su ciudadanía, sin edición lujosa ni actuación exageradamente marcada.

Al igual que con las mejores películas del género (incluyendo “Los peloteros” de Jack Delano) “El destino, la traición y la muerte” (cortometraje tan puertorriqueño como su argumento y protagonistas) representa el contacto con la verdad, rindiendo testimonio al otro Puerto Rico, la ínsula ésa de crimen desorganizado que muchos se niegan a mirar, que no se ve en las revistas de hotel, pero a la que todos quieren meterle mano dura a ver si de una vez la borramos del mapa.

En Chavier, como en todos los residenciales, no se leen clásicos ­el intelectualismo allí es un defecto vulgar, un signo de rareza, de desigualdad- el tiempo es breve y sólo quedan minutos para crecer y sobrevivir.

Desde Ponce (desde la isla entera, a decir verdad) se relee la película de Daddy Yankee trabajando sobre el legado de años crudos vividos al son de reguetón, pipa y pistola. El talento de barrio, esas posibilidades de piedra sin pulir, trabajó frente al lente amateur su reinterpretación de la vida áspera del marginado, ésa que vive a diario la muchachería en escuelas, caseríos y la calle.

Sin lenguaje rebuscado ni artificios de efectos especiales, el combo de Chavier nos puso de frente a gente real, revelando aspectos que nunca antes han sido captados en película. Fieles al género del “reality show”, incluso arrestan a uno de ellos porque justo lo que muestran lo viven en sus huesos. Después de todo, qué puede esperarse en una isla sin más cultura cinematográfica que la contaminación bipolar que nos da Hollywood. Eso es lo que nos choca. Instintivamente rehuimos la imagen de Chavier (descubierta a destiempo) porque se muestra fatal y fea; a muchos le provoca repulsión. Pero así viven, apiñados entre la acera y la ciudad, el ruido de la marginalidad y el vocabulario sonoro y soez.

Estribillos como “nuestros niños son el futuro” pierden pie ante la pisada de fotografías de niños armados jugando el juego del único modelaje conocido. Pasaba algo similar a principios de los años ochenta cuando World Vision comenzó a fotografiar negritos con las caras llenas de moscas y mocos en un paraje remoto con tal de que los auspiciáramos por sólo veinte dólares al mes. Algunos miraron; otros, cambiaron el canal.

Ahora que las circunstancias se hallan en nuestro propio patio, ¿quién auspicia a los nuestros? ¿Quién saca de su bolsillo para brindarles otro tipo de “verité” a este grupo? ¿A cualquier grupo de jóvenes en sus circunstancias?

Leer a Daddy Yankee desde Chavier en Ponce es muy distinto a leerlo desde nuestras bibliotecas o nuestras oficinas, porque allí la hiperrealidad –por alguna razón que bien conocemos– suena diferente. Allí, la realidad se vive con lenguaje de calle y pocos efectos especiales, imitando lo que queda pues no queda de otra.

1 observaciones:

Joaquin said...

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