Reflexión a las puertas del cementerio

A diario transito frente a dos de los muchos cementerios que tiene mi pueblo; se puede decir que en Caguas, está el muerto que hace orilla. Presumo que la cosa anda igual en el resto de la isla; tanto niño violento suelto; el cementerio es uno de esos lugares intrínsecos en nuestro consciente. Con toda seguridad se puede decir que morirse está de moda. Digo, es un lugar común decirlo pues ya se sabe que al fin del camino es justo muerto que estaremos; pero es que para este cliché –ese ombligo pueblerino y multiplicado al que llegaremos – se hace patente en la consciencia cuando comienza a publicitarse así como cualquier otro servicio corriente pero necesario.

Prorrumpe el campo santo (que de santo no sé lo que tiene) con su bombardeo de ofertas y "especiales sin fin" –esta última una cita textual -; con sus anuncios de fosas con $2,000 dólares de descuento, ahorros en lindos nichos y "rebates" en mausoleos (porque parece que utilizar el vocablo en español evoca la dicotomía mortuoria) pretenden hacer románticamente que nos enamoremos de la idea de morir.

Sí, morirse es una de esas modas que no pasan al más allá y, al igual que todos los detalles ligados a esta morada terrenal, también cuesta perder casi un ojo de la cara. Afortunadamente queda para nosotros los proyectados hacia la infinidad el goce de, al menos, haberle dejado a los que se queden un descuentazo que nunca, nunca olvidarán mientras vivan.


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"Had I known I was dead
I would have mourned my loss of life"

- Ota Dokan

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