Tesis presentada en San Juan Abril 11, 2008 Universidad del Sagrado Corazón Puerto Rico
Creo que el ejercicio más difícil hasta el momento, ha sido el tener que sentarme a escribir esta defensa. La tarea de re-visitar casi dos años de un proceso en el cual la batalla ha sido esencialmente conmigo mismo, no es cosa que pueda colocarse al margen de estas notas tan fácilmente. Muchas son las versiones estudiadas para darle cuerpo a un proceso abstracto y poliforme a la vez.
Supongo que debo comenzar, como toda historia tradicional, por el principio. No obstante, como todo buen producto de la post-post modernidad, me niego. Se pregunta Javier Marías en su epílogo para Mañana en la batalla piensa en mí, qué elementos contiene la novela como género que nos hace sumergirnos en una narración, aun sabiendo que es inventada. Quizás, sea la última pregunta que querría hacerse alguien que ha tenido a bien asumir el oficio del escritor. No lo sé. De lo que sí tengo certeza es que, es ese preciso enigma el combustible que nos impulsa a crear. Y yo, como siempre he tenido vocación de cuentero, no he querido tener otra opción más que contar.
A decir verdad, mi ambición inicial fue escribir La Novela Puertorriqueña que tanto esperamos y muchos dicen que está aún por llegar. Pero, antes me topé con uno que otro toque de realidad. El amigo Carlos Vázquez, en una de esas conversaciones que solemos tener, me dijo algo tan cierto que cambió – o más bien, bajó a la tierra – mi plan original. Me dijo: “Jorge, escribe la mejor novela que has escrito hasta esta. Luego, escribe otra mejor. El tiempo será tu mejor crítico”. Así que, recogido en ambiciones, me puse a trabajar.
En definitiva, el paso más complejo fue escoger qué escribir. Aun cuando muy bien pude haber optado por mundos futuros, monstruos cuya voracidad se extendiera por toda la galaxia, asesinos con complejos de superioridad o épicas batallas en el medio de un territorio olvidado en el tiempo; escogí contar una historia posible. El Dr. Rafael García Bárcena, psicoterapeuta y compañero de taller, mencionó en una ocasión que, nosotros, los seres humanos, tenemos la capacidad de vivir una limitada cantidad de emociones. Diesciocho, si no me falla la memoria: amor, pasión, coraje, alegría, tranquilidad, sosiego, obsesión… Quise entonces incluir cuantas pudiera en mi proyecto futuro. ¡Listo! Tenía algo con qué trabajar. El problema estaba en que todos los autores, a fin de cuentas trabajan con el mismo material. Así que, había que definir.
En una búsqueda furtiva di con dos posibilidades por las que me decidí. La primera, una composición poética por el lírico clásico Cayo Valerio Catulo. ¡Vaya por el Internet y sus posibilidades! Partiendo de una búsqueda para la palabra mito, el titular del carmen 63 de Catulo apareció como un “hit” a mi pregunta. En ella, el poeta hace referencia al mito de la diosa Cibeles y el semidios Atis. Cautivada por la belleza del extraño, Cibeles rapta a Atis y lo coloca como sumo sacerdote de su templo; claro, también le brinda el privilegio de nombrarlo su único amante. Animado por las veleidades dentro del templo, Atis traiciona a Cibeles. Ella, como toda una verdadera divinidad, opta por una venganza sutil: enloquecer a su amante; y él, en su locura, opta por la castración como modo de suicidio.
Si bien esta posibilidad sonó atractiva para mí como aspirante a narrador, la segunda fue la que impuso el reto. Un sábado en la mañana, de esos cuando todavía me era posible sentarme a escribir desde las cinco am, le pregunté a mi esposa ¿Cuál sería el colmo de un adicto sexual? Llevaba días inmerso en la lectura de Bataille y El Marqués de Sade; la pregunta era más que obvia. Lourdes me respondió: que cumpla cada una de sus fantasías y ya no quiera más. Eureka más claro que ese no los hay. Tomé la decisión que forjaría cada una de las 127 páginas del texto. De ahí el título Náyade –divinidad femenina, protectora de fuentes y ríos – y la característica principal del personaje, Matías; un adicto sexual que probablemente ha llegado al extremo.
Resucité a varios personajes descartados en notas inconclusas. A Matías, le cambié la profesión; pasó de ser un eminente catedrático en literatura del siglo XX a un empleado gubernamental en una oficina de permisos. Cibel, de ser alumna de Matías, pasó a ser estudiante de pintura. Y Estela, bueno, ella siempre fue Estela. Quise tomar el pre-texto de Catulo y transferirlo a la modernidad, libre ya de templos y aquelarres –sin descartar la castración como una posible salida, claro – y conjugarlo con ese colmo del adicto al sexo.
Era entonces sólo cuestión de escribir, ¿verdad? Pues, no.
En las palabras de mi director de tesis: el arte es detalles. Sin duda, cada uno da carácter, fuerza y fondo al texto. Lo principal, antes de escribir la primera línea, era determinar el punto de vista. Ese, a mi parecer, resultó el más importante de los detalles. Una tercera persona no funcionaría para una historia como la que deseaba; quería que fuese un texto duro, directo, sin remilgos. Esto, a su vez, provocaría un efecto secundario sobre el texto mismo: se leería como una narración parcializada y controvertible, que sí provocaría una reacción, fuese de repulsión o de atracción, pero más aún –lo primordial, sería sólo una versión de los hechos-; esa incertidumbre, entiendo yo, es la que brinda el ánimo de seguir leyendo, y quise hacerla patente desde la primera línea. Dicho efecto sólo sería alcanzable si Matías –que de entrada se figura como el antihéroe – era quien contaba la historia.
¿Pero, cómo habla Matías?
Como ya mencioné, quería un texto que provocase una reacción, punto. Afortunadamente, he tenido la oportunidad de leer lo suficiente como para discernir el hecho de que, lo que se narra y la caracterización, no siempre va de la mano. No quería vicios en mi construcción, por eso opté por un lenguaje coloquial y accesible que estuviera a la mano del lector, que fuera fácil de comprender y sobresaliera por todas las razones estéticas contrarias a lo acostumbrado. Este hombre poco refinado, vacuo y perturbado no podía hablar con palabras altisonantes de valía poética; al contrario, su vulgaridad y desinterés por el refinamiento debía palparse desde el inicio. Fue difícil; el hecho de no hablar así personalmente provocó un choque –afortunado – que culminó en la ruptura entre escritor y personaje. No somos nuestros personajes, aun cuando se insista en decir que todo personaje contiene al escritor. No. La ficción no podría funcionar si cada autor simplemente se contara a sí mismo.
Aunque, debo confesar que detrás de la licencia de autor, sí me he apoderado de muchos otros elementos suyos y míos: las calles de Santurce y su característica apariencia, los detalles minúsculos de nuestro diario vivir: el tráfico, el olor a fonda, las barras de mala muerte; los tesoros de algunos y la basura de otros, la oficina gubernamental vetusta y ruidosa, las tascas de tarde en la noche, la televisión impertinente; pero, más aún, me adueñé también de nuestro tren para convertirlo, no sólo en un personaje adyuvante en la historia, sino un símbolo de la acción general del texto. Matías regresa después de haberse marchado, justo en ese mismo tren en el que tantas veces ha viajado. Es como si nunca pudiera irse porque insiste en rodar por la misma vía una y otra vez.
Dice en la página 70
“…Meses más tarde regresé, y volví a marcharme, y regresé y me marché, y ella, con cada vez menos palabras en la boca y más llanto, me recibió; hasta que nunca más habló conmigo. Al mirar los edificios grises y tiznados de Santurce, y al tren que se marcha de la estación sólo para regresar cuarenta y tantos minutos más tarde al mismo lugar, no pude evitar pensar…”
Este símbolo, el de la serpiente que se consume, ese eterno retorno, nunca abandona el texto, y es con toda alevosía; ese conflictivo tren urbano de nuestra isla, se inscribe en esta narración para servir de leitmotiv a la condición humana de Matías. Algunas personas optan por volver, volver, volver.
Ahora bien, también está el amor y sus variaciones; desde la candidez de un amor adolescente – o sea, que adolece por inexplicable y nuevo – hasta el amor variopinto y desinformado de nuestros días; ese sentimiento de muchas interpretaciones (quizás equívocas y hasta enfermizas) que permanece en el interior de cada uno y llega a dominar primeras planas.
Aquí quiero detenerme tan sólo un instante porque, para la caracterización de Matías, y por qué no, de Cibel y Estela también, el amor se descontextualiza de lo que usted y yo podríamos entender como un sentimiento puro, y se muestra como un sangrado de colores como de tintas mojadas que dejan una mancha y se corren en formas difíciles de comprender. Por una parte, llega a ser tan libre (o libertino) que se extiende fuera del núcleo Cibel-Matías para admitir a una tercera persona; mientras, por otra, persiste la idea primordial del amor propio, que es, egoísmo disfrazado. Estos personajes definen página tras página sus circunstancias y deseos sin guardar la moral o lo “correcto”. Improvisar e interpretar una ficción como esa, es la más audaz de las indiscreciones de un escritor.
Dije al principio que me propuse escribir mi mejor novela hasta el momento. Aún no sé si lo he logrado pues, como padre, me es complicado criticar las imperfecciones de mis hijos, y, con tal de no hacerlo asumí un compromiso con la investigación; diría yo que, una de las fases de mayor importancia porque, el tiempo inevitablemente está destinado a permanecer quieto dentro de un texto narrativo. Me refiero a que, aun cuando no lo queramos, la cotidianidad se inscribe en las páginas y de ellas ya no le será posible salir. Me propuse escribir una historia genuina. Para ello, hice apuntes mientras los pasajeros del tren probablemente se preguntaron por qué intentaba fijarme en cada detalle del viaje. Leí furtivamente comentarios médicos sobre disociaciones psicológicas, anduve por Santurce y cada una de las estaciones del tren, mantuve conversaciones con extraños, observé con ojo fiel cada minuto en una oficina de gobierno. Tenía que asegurarme que no me aprestaba a reinventar la famosa rueda. Con orgullo puedo decir que he leído bastante, desde un artículo que explica la nueva visión del hombre latinoamericano ante la educación superior, titulado: El nuevo machismo latinoamericano hasta las transcripciones del documental American Porn (2001) de PBS en el que se explora el negocio de la pornografía en Estados Unidos y los patrones de consumo que rigen la industria del sexo. No hubiese sido posible lograr una caracterización creíble de cada uno de los personajes en esta novela, de no haber realizado una investigación exhaustiva del mundo en el que se enmarca la historia.
Queda en última instancia la experiencia del oficio; las horas invertidas en fabular, interpretar, investigar, anotar, escribir, y reescribir. Prevalece la sensación de nunca considerar un texto terminado pues, como ser vivo, un manuscrito insiste en cada relectura con evolucionar, perfilarse, moverse y crecer.
Hay algo de monje en esto de escribir; se trabaja con fe, se entregan neuronas y se sacrifica tiempo de otros para lograr capturar la imaginación de esos adultos a los que se refiere Javier Marías en su epílogo.
Al final, queda la satisfacción de haber cerrado un capítulo de una vida ajena sin consecuencias mayores; quizá, uno que otro dolor de espalda por haber estado sentado tanto tiempo en una silla coja, pero nada más. Se entrega un manuscrito, que ya no le pertenece a quien lo escribe, sino, a quien lo lee.
Agradezco, sin orden particular, a Lourdes, mi esposa y compañera de vida; por su paciencia y respeto a un oficio del que ambos poco conocemos. Al profesor Luis López Nieves por su incólume requerimiento de calidad o nada; pues, sólo así es posible pulir piedras. A mis queridísimo amigos y consultores Carlos Vázquez Cruz y Iva Yates, quienes siempre tienen palabras de aliento y verdades contundentes en sus acertadas críticas. Y no menos importante, a mis lectores Mario Cancel, académico y experimentado crítico literario; y la Dra. Ángela López Borrero, amiga, crítica, motivadora y fuente inagotable de sugerencias; un abrazo.
Cierro pues esta defensa, dejando libre un texto, así como es necesario dejar ir a quienes más hemos querido para que vivan solos; llenos de las herramientas, consejos y mejores intenciones que, al final, habrán de defenderlo frente al resto del mundo.
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