Cinco finalistas para un teco

Es esa época del año otra vez… Nada tiene que ver con la actividad ciclónica del Atlántico. No, no, no, no. Es tiempo de certamen universal…

Candidatas problemáticas, coronas mal puestas, trajes “color chicle” (sí leyó bien, COLOR CHICLE); misiólogos hervidos porque nuevamente nuestra Miss sufre el escarnio de un mundo cruel y vengativo que rehúsa fijarse en sus senos gelatinosos y el cabello liso que toda hembrota universal debe llevar. Como si la belleza de nuestra candidata al cetro fuese la única válida entre todas las mujeres.

¿Qué es lo peor de la época? Que ganó la archienemiga vitalicia de Puerto Rico; la bruja esa suramericana que carece de glamour y no tardará en restregarnos en la cara que la nuestra –esa pequeña tan poco preparada – carece de encanto.

Resonarán los vientos de esos inconformes que no pueden y quieren guisar, las voces de las feas y feos, los berreos sangrigordos de la eterna inconformidad disfrazada de nacionalismo pop, como sólo pueden proveerlo nuestros programas de televisión y radio.

Entonces, ¿qué es lo mejor de la temporada? Al menos no tiene nada que ver con belleza. Después de ocho años de adicción a la heroína, Papo, mi vecino de la infancia, regresó al parque de pelota… estaba uniformado y sonreía. Para que veas, J, no todo es gris; hay buenas notas, aún entre tanta porquería.