O Baterista

para jowi, porque le prometí un cuento


Seis de la tarde, O Baterista despierta, y lo hace al ritmo de alguna canción colgada de su memoria, porque O Baterista siempre recuerda. Mira el cuerpo tendido de Cristina y le acaricia la espalda. No para despertarla, sino para que sepa que pronto es hora de ir a tocar.

O Baterista no es el mismo en días azules; esos son las veces en que suena mejor, cuando sus tambores le recuerdan la piel de Niña Canela, y en tresillos sincopados, improvisa patrones que la banda encuentra curiosos para el repertorio. Los días matizados con los demás colores del espectro son los más que menos; Niña Canela se encuentra de viaje y el ambiente se torna tenso, el baterista sufre pero calla; se deshace lento. No está dispuesto a pedirle que se quede, porque ella es periodista y las carreras a la carrera van por pentagramas diferentes; en contratiempos y halones cruzados.

Seis treinta de la tarde y las gotas caen sobre el cabello de O Baterista. Cristina también se alista, no está acostumbrada a los horarios de músicos. Vampiro, le dice a broma. Él se toca los colmillos con la lengua y se incomoda. Ella de medio cuerpo se mete en la ducha y le acaricia la espalda al baterista. Espalda fría construida a fuerza de tragos y malas noches en tarima.

Fueron miradas al compás de un delicado blues en clave de fa, Canela viajaba por algún otro lugar, O Baterista sumido en una oscura mezcla de güisqui y cerveza invitó a Cristina a fumar. Viaje corto; no hay gira, sólo tragos y marihuana a la hora de bajar la autopista escuchando jazzito lento y medio dormido.

Redoble en 4/6 y una incesante caricia a cargo de las escobillas dijeron más de lo que el hombre hablaba por lo regular.

Bop furioso, tengo ganas de ti, ¿me recuerdas? Y claro, claro, la noche antes del Palace te sentaste cerca del saxo para que pudiese mirarte el sexo. Y sí, sí, tienes buena memoria,¡Ah, que chico, este! ¿a qué horas sales? Y al final del set, Gin & Tonic, Benson & Hedges y un muslo travieso escondido en la minivan.

Siete y ocho, el perfume no es algo costoso, de hecho huele mal. No es un lujo que pueden darse los que sudan sobre el escenario. O Baterista lo riega como en un ritual moderno: up-down, one-two, three, four-five. Recuerda frente al espejo la mirada límpida de Canela, y cómo a ella gustaba besarle las tetillas con el cáustico sabor del etílico sobre la lengua. Para que tu perfume sepa a mí, sonreía coqueta.
Será otra noche triste. Oh, Baterista.

Niña Canela no es de las que espera, se dice en un murmullo pianissimo mientras Cristina revuelve algún cocido humeante sobre la estufa, canturrea alguna canción de radio y O Baterista la tacha por sonsa; tiene el gusto musical atrofiado. No así, la curvatura de la cintura, que se muestra bajo la camisa del Festival de Montreaux 2002; y el muslo vuelve a atravesarse entre la diagonal de trastes y trastos. Y ¿cuánto esperas quedarte? Lanza en un puñado de notas indecibles, fraseo a lo Ornette Coleman. Y el silencio impresionante justo antes de contestar. Miradas sin reparos a causa de la extrañeza de un comentario perdido entre el humo del caldo. Al salir cerraré la puerta y quizás mañana en la tarde te vea.

Nada de sorpresas, sabes. A menos que sea en una de esas sesiones de tríos u orquestas, sabes. Llegaré tarde hoy, digo, mañana, sabes. Preferiría si llamas.

Pero qué tipo raro eres.

O Baterista es meticuloso en su performance amatorio.

Siete cuarenta y Bajo llama para saber a dónde se encuentran; el guiso es lejos y justo a las diez comienza. O Baterista fuma con lentitud el último cigarrillo antes de terminar de guardar sus platillos color ámbar. El cabello casi dorado, casi castaño de Cristina, visto bajo la luz de su lámpara regular, le hace pensar: Niña Canela desnuda antes de salir a viajar. Beso, beso, manos, cintura y olor húmedo entre los dedos; ya, ropa sobre el suelo y sobre el colchón un breve fraseo de bemoles y sostenidos coloridos por los ya conocidos toques de tambor.
Conduce improvisando sobre el tema. Variaciones en la y mi, coda y repite la misma escena.

Nueve treinta y el soundcheck no resuelve devolvérsela. O Baterista bajo la llama verdinegra del escenario juega paradidle, flam, flam, paradidles callados sobre una almohadilla de lana vieja.
Hoy será una noche triste; sin songo y sin matices.

Estela. Y cómo te va, eres la de anoche. Y sí, te vi, pero no andabas solo. Y de nuevo el Gin & Tonic y el cabello suelto sobre un par de senos bellos bajo la blusa escarlata.

O Baterista ataca, las notas sobre el compás se vuelven corrientillas sobre el cuello, pero nada se asemeja a la sencilla sensación de ejecutar los solos para Niña Canela.

En realidad hay días tristes cuando se toca improvisando para vivir.
Tres treinta y la velada comienza para O Baterista, que ha salido de trabajar para irse a casa a esperar que pase el tiempo y quizás con el sueño de las siete am, vuelva a llegar la mano tibia de quien único conoce la afinación perfecta de sus anillas.

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"Had I known I was dead
I would have mourned my loss of life"

- Ota Dokan

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