La otra posibilidad de Houellebecq

La posibilidad de una isla no es Las partículas elementales, aún cuando John Updike en su ensayo crítico 90% Hate (publicado en la edición digital para Mayo del 2006 de The New Yorker) insista en sugerir que ambas novelas de Michel Houellebecq son la perpetuación de los temas habituales del francés.

En una discusión hace ya un tiempo atrás, escuché a un colega decir que, frecuentemente, el escritor se encuentra con la maldición circular de escribir el mismo libro una y otra vez. Si bien es cierto que éste podría ser el caso –dependiendo de la intención cerrada con la que se comente – insisto en pensar que no lo es, recurro a las palabras de Roland Barthes cuando reprende la referencia eufórica de la crítica al estilo del escritor, como valor eterno de la literatura. Pero esa es harina de otro costal…

Houellebecq ha entregado una novela que, a pesar de ser una lectura insatisfactoria puesto que carga con sus consabidas fobias, prejuicios y puntos de vista radicales, permanece como otro texto con el que subraya (¿o debo decir vuelve a subrayar?) su posición como escritor y ente pensante; la posibilidad de otro tipo de vida más allá del cotidiano existir que lo obsesiona.

¿Quién, entre vosotros merece la vida eterna? Pues, al terminar de leer, podría decirse que nadie; no la merece Daniel 1, por su condición humana; tampoco la merece Daniel 24 por formar parte de la evolución neohumana y mucho menos Daniel 25, por ser el eterno retorno, el regreso a la semilla. La posibilidad de una isla resulta ser otro libro más en el amplio catálogo de títulos que ofrece el nihilismo y la desazón por el presente; sin novedad revolucionaria o reconciliación definitiva en su trama, la novela transcurre a la luz de la anomia, y fiel a la evocación del Extranjero o La Náusea, termina sin brindar ese golpe de gracia que muchos lectores esperan con ansiedad.

En ella, Daniel, el protagonista, narra los últimos años de su vida, sus relaciones amorosas, sexuales (por supuesto), y su contacto con una secta cuyos miembros aseguran que el ser humano alcanzará la inmortalidad.

Factor de interés; la posible interpretación de ese futuro incierto a través de la secta.

Resultado: ninguno.

Houellebecq escribe con una prosa filosa –sí – llena de reflexiones filosóficas, científicas y violentas, pero no dejan de ser sólo representaciones mitológicas, arquetipos presentados con el objeto de poner el dedo en la llaga sin proponer soluciones en pro, siquiera de sus personajes; la fatalidad de meramente existir los convierte en entes inútiles incluso para su propio beneficio narrativo. ¿Podría ser este un estilo particular? Tal vez. Esa es otra posibilidad…

Daniel 1, humorista famoso por sus monólogos cáusticos, sufre la distopía de encontrarse en el ocaso de su vida y toparse, primero, con una mujer que ama el amor pero odia el sexo, luego, con otra mujer que no conoce el amor pero ama el sexo y finalmente fungiendo como modelo de la miseria humana para la secta que le ha pedido el relato que leemos. Existe en esta trama un intento por sobrepasar la misión narrativa de contar, y en momentos cumple, excediendo la condición de la realidad para habitar el mundo de lo hyperreal –la hyperviolencia, el hypersexo, la supraesperanza – pero se tropieza con muchos de los clisés de la historia narrativa y popular y es justo en esos detalles que el texto deja de ser lectura fluida y entretenida. En la vida de Daniel, como en la de tantos héroes modernos, todas las mujeres que ve el ojo narrador son transfiguraciones de top-models (cuerpos perfectos, hembras bellas); sus escenas de sexo son tan gratuitamente gráficas que pueden obviarse por predecibles y chatas; la violencia y el humor negro con el que despotrica en cada uno de sus actos raya en lo inmemorable. En contraparte, destellan brillantes comentarios analíticos sobre el ser moderno: la obsesión por la eterna juventud, la idolatría al jet set y la banalidad de la política. Afortunadamente, Houellebecq no se limita a señalar el constructo social como el origen de todos los males modernos; es generoso y nos hace partícipe de su guerra contra todo y todos; apabulla con desdén el canon literario llamando a Nabokov “pseudopoeta mediocre y amanerado”, a Shakespeare un “tonto triste” y a Joyce, un “irlandés loco”, mientras salva a Heinrich von Kleist, Balzac, Proust, Agatha Christie y Arthur Schopenhauer; es con estos detalles que logra sostener el interés del lector y su fama como enfant terrible. Claro, en esta reciente novela vuelve a salpicar con su pluma a musulmanes, israelitas, ecologistas y el societé hollywoodense; elementos que supongo parte ya de su ideología inevitablemente filtrada a sus textos.

Evidentemente (y por fortuna), no existen instituciones sagradas para Houellebecq; al contrario, toma pedazos desperdigados de cultura académica y popular para alimentarse de ellos eficazmente. Es por eso que dentro de La posibilidad de una isla sobreviven conceptos a lo Huxley y Bradbury que añaden mucho a la narración y presentan la parte más atractiva del texto. El autor se adueña de los parámetros huxleanos de Un Mundo Feliz y los reconfigura, los utiliza de manera eficaz para otorgarle misticismo y profundidad a los relatos de Daniel 24 y Daniel 25, clones del Daniel original. Son precisamente estos relatos los que revelan la singularidad creativa de Michel Houellebecq y salvan el texto de caer en la inmemorabilidad absoluta; con ellos, da textura a su ya predecible personaje y en sí, sienta las bases para nuevos mitos de refrescante inmanencia en la literatura actual inclinándola a considerar el Sci-fi como una vertiente posible de literatura formal (¡sufran, detractores del sci-fi!).

A pesar de estos detalles, La posibilidad de una isla no es una novela buena ni mala –para los gustos, los colores y clones –, es sólo una novela que no resultó entera para mí, como lector.

Tal vez este autor se encuentre planeando cerca del mismo círculo de Las partículas elementales, su anterior novela –observo con precaución el comentario de Updike –, no obstante, me gustaría pensar que no ha vuelto al punto de partida del que salió; no ha vuelto a sobrevolar su grado cero. Más bien me parece que Houellebecq comienza a alejarse con miras a nuevos paralelos. Es cierto que en esta novela recurre a temas ya discutidos por él mismo, pero ¿a quién puede acusársele de que no lo haga hoy día? No me parece que sea ahí donde se puede determinar la pertinencia de los nuevos autores, sean extranjeros o locales; es necesario referirnos a los aspectos menos tradicionales del discurso... he ahí también otra posibilidad. Updike ha sido riguroso con Houellebecq y la fama que arrastra; queda ahora de nuestra parte el creer en la posibilidad de que llegarán otra clase de partículas, otras islas, otras novelas, nuevas controversias.


1 observaciones:

Yolanda Arroyo Pizarro said...

¿No te ha parecido Sexto Sueño, un poco de final Houellebecquiano?

Besos.







"Had I known I was dead
I would have mourned my loss of life"

- Ota Dokan

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