Charles Bukowski, al hablar sobre la crítica a su trabajo, apuntó en 1961: “al principio dijeron que mi escritura no era buena… a decir verdad, la de ellos también era mala. Con el pasar del tiempo he concluido que, sí, mi escritura ha mejorado un poco, pero la de ellos, sigue siendo horrible”. Hay algo en la crítica -esa de mala calaña, pueblerina y ruin por demás, no la de los de los profesionales de la autoayuda y esas cosas-, que no puedo manejar con tanta soltura como Hank (alter ego/seudónimo del viejo indecente Bukowski); es la crítica sin pies ni cabeza; esa costumbre –dudosamente constructiva y evidentemente desentendida- cuya capacidad poseemos todos y, sólo unos pocos ejercitamos con prudencia.
La indiscreción al momento de criticar debe haber existido desde los inicios de la creación, un incidente pudo ser la posible irracionalidad crítica en la burda pangea que introdujo al mono primigenio al proceso de encontrar la manera correcta para rascarse el culo cuando el primate alpha le gesticuló que se rascaba de modo equivocado. Sin embargo, nos erguimos y aprendimos a utilizar herramientas, la rueda, a utilizar la palabra y escribir, hasta que llegamos a tener como legado de madurez la perspicaz crítica de genios como Derrida, Foucault, Barthes y Geño el vecino de Pura la de Santurce. No es secreto que la crítica desmesurada, pasional y desmedida puede tener efectos nefastos; sirve referirse a la carta titulada “Estimado señor” redactada por cierto autor puertorriqueño que, angustiado por una salvaje crítica por parte de uno de sus compañeros de aula –en la que se hacía gala de mojones y retortijones literarios-, se lanzó al ruedo de la conmiseración que brinda la estupidez radical e insulsa. ¡Bravo! Afortunadamente, este hombre se retractó al entender que la crítica es parte envidia y parte necesidad de querer más del objeto criticado, e hizo paces con la ignorancia del susodicho señor, a pesar que el dolor en el hígado no se le alivia, a casi dos años del incidente.
Ahora bien, regresando a la avezada intención de parecer superior que poseen muchos pseudointelectuales; es innegable que debe conocerse lo que se critica. Digo, porque después de todo, la crítica literaria consiste en un ejercicio de análisis y valoración razonada de una obra, y séase hermeneuta, constructivista o sofista, no existe razón para análisis crítico, si no se sabe de lo que se habla. Supongo que la sensatez no anda en boga últimamente.
Escribo estas líneas con cierta risa después de leer con pena literaria y lástima pedestre, la crítica a una entrevista que me hiciera la gentil Yolanda Arroyo Pizarro, como parte de su serie especial, El cáliz de la nueva literatura puertorriqueña. En la sección de comentarios, alguien tacha, no sé si al reportaje, a mis palabras o mi fotografía de ser,: “Pose hueca y lugar común, baba de la predecible”.
Personalmente, me importa poco la opinión que pueda tener esta persona sobre mis palabras, mi trabajo o mi fotografía; resulta evidente que, este Anónimo (porque no puso nombre u onomástico), no comprende ninguno de los elementos a los que se hace alusión en la entrevista o la pose en mi fotografía (que es irónica por demás, Uncle Sam). Mi trabajo, no lo meteré en el asunto pues resulta evidente que Anónimo, jamás ha leído más de tres o cuatro palabras de mis novelas, ensayos, poesía o crítica literaria; y si lo ha hecho, “he’s just not getting it, Hank…”.
Ahora bien, sobre la encomiable labor que realiza la señora Yolanda Arroyo Pizarro, como promotora cultural y escritora excepcional (y no lo digo yo únicamente), no tengo más que loas para su trabajo, un cuerpo literario y filantrópico honorable y bien hecho.
Sí, es cierto, como escritor no promuevo charrerías ni pendejadas, tampoco hablo como libertino pueril. Eso, no lo haré jamás, porque estoy harto del conformismo simplista que plaga al populacho. Lo que consideras baba predecible y no sé qué otra cosa, anónimo del alma, es un revólver con bala cargada que, evidentemente, no puedes manejar.
En el fondo, lo que creo es que la crítica de este Amigo Anónimo es un planteamiento sensato –así como el de Bukowski al desdeñar a sus críticos-, para que se levanten las restricciones a un lenguaje y a una visión que esconde mucho más de lo que pudo retener de mis palabras; un llamado a que hablemos claro y le “bajemos” el tono a la crítica gris. Tiene su mérito, después de todo, pero el ánimo se pierde cuando no le pone nombre. Necesitamos más gente como Charles; gente sin miedo a decir lo que piensan y cuestionar las intenciones que no comprenden. A veces queremos más de las cosas que nos asustan pues nos confirman que seguimos vivos. Espero… sin la esperanza de que puedas seguir leyéndome, Anónimo, pero con las ganas de que sigas criticando, porque es gente como tú, la que me confirma que lo estoy haciendo bien.
¡A tu salud, Hank! Ya veo que siguen siendo malos…
1 observaciones:
Gracias Jorge, gracias una vez más.
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