La noche de la Estrella Roja - 2655

“¿Cómo llegamos aquí?” Es una de esas preguntas que me haré eternamente mientras siga con vida y la palidez del cielo cenizo de Ciudad Megaedón continúe cubriéndonos. ¿Quién recuerda habernos visto? ¿Habernos olido? Hemos llegado a ser una marca tachable en el gran panorama de las cosas, y el momento ha llegado, las decisiones se han tomado.

Ayer se llevaron a la anciana del piso superior. Después del humo, la histeria y los gritos, tuvieron que pegarle en la cabeza para que dejara de repetir las mismas palabras: “¡Esta es mi casa! ¡Esta es mi casa!”. Mientras arrastraban su cuerpo por las escaleras, aquel rítmico golpe mudo sobre las tablas me hacía recordar los tambores de batalla en una de las muchas películas antiguas que he visto. Corrí hasta la puerta y me percaté a través del monitor que la vieja nunca soltó el papel en el que tanto creía; su título. Papá había dicho que bajo la Federación los títulos eran inservibles; el nuestro nos lo habían arrebatado mucho antes de llegar a esta división. Comprendí con aquella frase que seríamos los próximos. Digo, eso y el hecho de que tampoco cesaron los murmullos en el pasillo de nuestra unidad. Ni pensar que le creímos al Regidor cuando dijo que la restricción en la altura humanoide era cosa del pasado.

Perdimos la fe, silenciosamente y sin interrumpirnos las tareas. Perdimos la fe mientras los días transcurrían sin diferencia.

La única cosa que conservo es la escasa dignidad que encontramos desperdigada por el suelo de nuestro módulo. La misma que poco a poco se confunde con un temor visceral que pierde sentido con el pasar de las horas.
\Probablemente al llegar las cartas ninguno comprendió la razón para que dijeran las cosas que decían. Después de todo, somos Clase IV y no estamos supuestos a comprender los asuntos del Templo. Sólo cumplimos con todas las estipulaciones del Decreto Principal. Aceptamos el cuartucho pequeño, la ausencia de calefacción, el baño común que nos hizo perder el pudor y lo aceptamos todo porque así son las cosas.

Recuerdo que mi padre sostuvo el papel con sus dos manos y lo contempló por minutos que parecieron horas. Mi madre no hizo más que mirar al pater con cierta tristeza arraigada profundamente al corazón. El silencio quemaba tanto como el frío de la noche. Nos mantuvimos inmóviles al escuchar las palabras del viejo: “Después de tantos años, finalmente se han cansado de nosotros”.

Supuse que las sirenas llegarían, que los gritos desesperados y el horror, estarían próximos. Carlos siempre dijo que la vida bajo los domos de las lunas exteriores sería más tranquila. Nos advirtió que comenzarían la Gran Renovación con nuestras unidades. Mi padre nunca hizo caso, aun sabiendo que Carlos pertenecía al Templo. Simplemente no creyó que fueran ciertas las noticias del Regidor. Fue entonces cuando comenzó la incomoda sensación de miedo en la garganta, los instantes de turbación al escuchar pasos en la escalera, los días de andar con sólo los calcetines en los pies para evitar hacer ruido o que crujieran las tablas. ¡Como si no supieran que estamos aquí! Ellos todo lo ven, lo han visto, y seguramente ya verán cómo se deshacen de nosotros. Algunos moriremos mártires por la causa que desconocemos; eso es más que obvio.
\Otro sacerdote del Templo tampoco supo darnos explicación alguna cuando se le pidió que viniera. Se comió los pastelitos que mi madre sirvió, sacudió su nariz con el pañuelo verdinegro que cargaba en el bolsillo de la camisa, y nos miró a los ojos. Luego nos dio el consabido “Veré qué puedo hacer” antes de tomar un trago de vino que mi padre guardaba al fondo de la alacena. Nunca más volvimos a verlo. Tampoco volvimos a ver a Carlos, supongo que se olvidó de nosotros igual que todos.
\Esta mañana han tocado la puerta y en un papel que pasaron por debajo del borde, incluyeron una nota:

“Hemos seleccionado un precioso espacio para ustedes, lejos de aquí. Tienen hasta las doce”.

Supuse que sería en la noche, el reloj marcaba las once treinta de la mañana. No sería tiempo suficiente. Además, no acostumbran a purgar durante el día. Los Sacerdotes siempre vienen en la noche.

El mensaje no llevaba firma, sin embargo, la marca de un dedo sucio y ensangrentado hacía las veces de estampa oficial. La miré por un largo rato. No sabía que los Sacerdotes ya no utilizaban guantes. Observaba con rencor e insistencia. Quería estar seguro de que aquellos dedos que nos pedían la salida eran tan humanos como los míos; un conjunto de líneas simples y similares interconectadas por más líneas. Las líneas de un hombre casi como yo.

Mi padre me sostuvo el rostro con ambas manos. Pude verme reflejado en sus oscuros y cristalinos ojos. En el fondo aprecié su brillo; el mismo fulgor que años antes tuvo, y que jamás vi en los míos al mirarme en el espejo.

“¡Deja de rezar, mujer, qué no ves que esto es asunto de los hombres y no de la Máquina!” gritó el viejo en evidente desesperación ante el constante murmullo de mi madre y sus oraciones al Sistema Operativo.
\Papá y yo aguardamos frente a la puerta; esperamos listos, apertrechados sólo el uno con el otro y la dignidad de la que tanto tuvimos que llenarnos porque nunca hemos tenido otra cosa. Al fijarnos en el resplandor de las lunas exteriores, comprendemos que la confrontación sucederá en cualquier momento.
\Ya se acercan los disparos al aire, los altavoces y los golpes en las paredes. Las luces cegadoras desde la calle se cuelan para deshacernos de las encubridoras sombras en las que nos resguardamos. La sangre comienza a colarse por las goteras en las esquinas de nuestra unidad. Decidimos no rendir un ápice, y lo haremos con éxito. Hemos abigarrado las puertas, sellado las ventanas, reforzado las columnas, almacenado lo necesario, y estamos armados de valor, palabras de confianza, cuchillos y tijeras. La muerte no entrará a este palacio. Aunque la embestida de la bestia sea poderosa y vil.
\El ruido, el trueno, los pasos pesados sobre el asfalto y las voces a coro de los Sacerdotes se apoderan del silencio. Es un asedio fatal… supongo que ya no tendremos que esperar a que llegue algo que lo cambie todo. Esta es la noche de la Estrella Roja.

\Comienzan desde arriba, en la distancia nuestras plegarias se disipan mientras el humo denso y gris se traga los espacios que una vez pensamos nuestros. Mi madre, con sus cabellos en hilachas grises y desesperadas, busca algo que pueda demostrar que pertenecemos aquí.
“Ni siquiera eso nos servirá, mujer. Se nos vienen encima.”
\La casa está tomada. Mi padre y yo intentamos agarrar cualquier cosa para destrozarlos, dispuestos a morir en el intento de defender lo que nos dijeron era nuestro. Pero no es posible, el humo nos roba el aliento, nos quema la piel y nos ciega. Escucho una voz gruesa y familiar decir: “Si al menos lo hubieran hecho por la buena”.
\
Me golpean. Siento el corazón partido en dos. El grito desgarrador de mi madre al saber que mi padre ahora golpea rítmicamente con su cabeza las escaleras, me hace despertar de un letargo que me sabe a miles de años perdidos. Tienen que sacarnos, deshacerse de nosotros tan pronto como sea posible, pero ¿por qué? Probablemente eso tampoco llegue a saberlo. Yo n---

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Texto tomado del disco 002122xc-3.von
Recuperado: 01/13/2655
Agente: Beta3-9025
Anfitrión: Anónimo\CiudadanoC_IV\Componente familiar tipo 3
Código SO: x_v002122xc
Despeje de Seguridad: ClassSpanIV
Clasificación: Sensitivo- [Archivo/Estrella Roja]

4 observaciones:

Anonymous said...

Queda registrado para la posteridad que..... lo lei ;)






We have assume control!!

Olga Cristina said...

Declaro libre y espontaneamente que yo también leí el texto.Si sirve de algo esta constancia por escrito.

marli said...

ernesto lo leí es ineteresante verdaderamente interesante el escrito

Ana said...

Ah.. Pues lo había leído quedando fascinada y hoy me encuentro con el registro de lectores. Es muy extraño, (el registro de lectores) :D pero ahora que lo analizo... si yo fuera escritora y publicara algo, qué me daría mayor satisacción? Que lo compraran o que lo leyeran? Definitivamente lo segundo, así que me anoto: he leído el relato y me encantó.







"Had I known I was dead
I would have mourned my loss of life"

- Ota Dokan

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