"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad."
Vivo en una isla donde los cacos apuñalan ancianos solo para quitarles el poco dinerito que reciben de su trabajo; donde, incluso los policías en sus patrullas violan las leyes de tránsito a plena luz del día; en una isla llena de letreros mal escritos; en el país donde el que el gobernante de turno entiende las ecuaciones a conveniencia:
Artesanías + $ = Cultura
Bancos – Empleados = Patrimonio
La experiencia como educador me cuenta sobre muchas cosas: que no todos en esta isla tenemos oportunidades iguales, que se nos ha dormido la conciencia de la necesidad y que la ruta hacia el logro (el verdadero logro, ese que mide la valía) está en el deporte, en la belleza o en la legislatura –por no decir, en el hampa. Ese roce con el otro yo, también cuenta cosas distintas; habla de la necesidad emocional, de la magia perdida y la fe reducida a un par de oraciones y gestiones para sobrevivir como se pueda. Choco de frente con la pena cuando me topo con personas (ciudadanos hasta el día de hoy) que no saben leer, que no pueden escribir correctamente ni siquiera su nombre; gente que aún se creen que Puerto Rico es una mezcla del cañaveral de Laguerre y el fanguero oloroso a orines de La Charca con la fotografía de una mala película Holywoodense sobre spiks.
Lo que falta reconocer –particularmente con las políticas sin pies o cabezas que día a día brotan en la Capital – es que estamos destinados a repetir la historia si la desconocemos. Ya desde la censura nazi a partir del 33, o la Ley Súñer de 1938 en España; peor aún, el carpeteo político puertorriqueño de los 50 hasta anteayer, sabemos que la prohibición nada abona para el crecimiento de la cultura. Mucho menos, cuando esta censura viene acompañada de la consabida ignorancia.
Resulta que el memorando del 10 de septiembre de 2009, emitido por el Subsecretario de Educación de Puerto Rico, censura, en la peor manera posible, los siguientes libros:
Antología personal, de José Luis González
El entierro de Cortijo, de Edgardo Rodríguez Juliá
Mejor te lo cuento; Antología personal de Juan Antonio Ramos
Reunión de espejos; de José Luis Vega
Aura, de Carlos Fuentes
¡¿Aura?! Supongo que ahora, incluso términos mexicanos serán considerados como obscenos. Al menos, eso nos librará eventualmente de Univisión.
Lo que sí resulta preocupante es que este señor –escondido tras el velo de su Pi eich dí – alega que nunca ha leído los textos, digo, al menos completos; dice haber leído tres páginas… muy a diferencia de la Santa Inquisición que leían más cosa de no quemar en la hoguera sin razones suficientes. ¿Alguien se ha preguntado dónde está nuestra literatura antes de censurarla? Yo apuesto doble a que nadie en el DE se ha ido a un salón de clases lleno de estudiantes y ha dialogado con los jóvenes sobre qué o entienden cuando leen. Si lo hubieran hecho, se percatarían que la mayoría no comprende lo que lee y cuando pregunta la respuesta unánime es: "eso no me interesa". Ese es precisamente el detalle; Platero y yo no es pertinente para un joven que tiene que huir de disparos antes de llegar al salón de clases. Porque un burro ya no es un medio de transporte.
Este señor Subsecretario debe entender que criminaliza al escritor por medio de la prohibición y eso, tanto como la quema de libros en plazas públicas y el encarcelamiento de individuos que buscan comentar y criticar la cultura de un isla en detrimento, es un crimen. ¿Qué será lo próximo, señor Sub?
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