Parte III de "Urbania: cuentos pedestres de una ciudad moribunda"
Nos sentamos callados en el banco de cemento gris, casi tímidos, casi prepotentes el uno con el otro. Supuse que también desnudos, de una manera etérea y abstracta. Ella caminó con tanta seguridad hacia el único banco disponible que llegué a sentir cierta vergüenza. El conjunto color crema que vestía, holgado en las secciones menos comprometedoras, bailaba como pedazo de tela secando al viento. Quise desnudarla allí mismo; su cuerpo me apeteció, lo acepto: ancho en la circunferencia de su caderaje, las piernas firmes, el empeine de su pie claro y el olor de su halo dulce y pimentoso. Si las cosas fuesen como antes, hubiésemos hecho el amor con la ropa puesta pero descalzos en algún tugurio santurcino.
Vaciló al momento de sentarse. Comprendí entonces que me auscultaba. Es difícil poder descifrar cuando te espían; el querer y no querer se torna en un vaivén de gestos y formas incomprensible. Ella, sostenía con cierto recelo una película de alquiler. Me dije: “Si es de Kubrick, le hablaré”. Me gusta mucho Kubrick, aunque no lo entiendo. Debe ser que es el único nombre de director de películas que recuerdo.
Llegó entonces el tren. Nos sentamos a lados opuestos del vagón. Mirándonos, como por accidente, parando la vista como si fuese casualidad que mirara al preciso lugar. La oscuridad del túnel resaltaba el resplandor de las luces del interior. Con ellas, su rostro adquirió cierta dejadez; la frivolidad con la que abordó, se convirtió en otra cosa. Comenzaron a salir lágrimas de sus ojos.
Lloraba con el pecho jadeante, sus senos daban pequeños saltos a la vez que apretaba la cajita de la película con dedos firmes. Yo reaccioné igual el día que llegué a esta ciudad y tuve que comenzar a viajar de extremo a extremo en el tren.
Estela miró a su alrededor. Salíamos del túnel. Los asientos crujían con cada vibración de las vías. El resplandor se apoderó violentamente de cada esquina y sombra del vagón.
Dejé de mirarla. Estela supo hacia dónde se dirigía. Sollozó con mayor fuerza; finalmente comprendió que ya no existía modo de salirse de ruta. Todo seguía su curso.
2 observaciones:
Honestamente.... se me estan acabando los comentarios para cuentos como estos... esta vez tocaste fibra y creo que muchos nos idendificamos con este cuento.......
me gustan estas historias tipo voyeur.
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