La galleta que comemos ya no es más pan sino un polvo lleno de gusanos que han devorado toda su sustancia. Además, tiene un olor fétido insoportable porque está impregnada de orina de ratas. El agua que bebemos es pútrida y hedionda...
Hasta aquí nos ha traído El Cojo, hasta los confines de una tierra silenciosa y fría, sólo nuestro señor sabe hacia donde nos lleva. Debimos saber que utilizaba brújula de loco cuando escogió la ruta de Gamma en lugar de escoger la segura ruta española. Pero a nadie le importó demasiado, embarcamos listos para circunnavegar el mundo sin saber que el globo es mucho más grande y denso que cualquiera de nuestros sueños de hombre pequeño. Debí pensarlo bien cuando aquella soleada mañana de agosto llegó la noticia sobre la expedición de Magallanes.
-Es una locura -díjome Bartolomé-, apuesto a que antes del día de Todos los Santos, alguien muere.
Debí creerle. Pero le dije que se equivocaba, que El Cojo Magallanes había jurado lealtad a nuestro rey, que en 100 días o menos la promesa dejada a medias por los otros sería satisfecha. Una quinta parte de la Especiería le ha prometido el rey, yo supongo que así será, que llegará, así sea con veinte hombres, llegará de vuelta a Sevilla. Si Dios ha dispuesto que tan apremiante empresa se lleve a cabo, tendrá pues dispuesto que se complete.
Por no morir de hambre, nos hemos visto obligados a comer los trozos de piel de vaca que cubren el mástil mayor a fin de que las cuerdas no se estropeen contra la madera...
Esta mañana, o noche, no lo sé pues se hace casi imposible precisarlo con la neblina y el pálido frío, acabamos de recoger los últimos retazos de piel bajo el mástil, dentro de pronto, si la benevolencia de los cielos es suficiente, regresarán las aves y los peces. Siento grandes las encías, como si los dietes fueran a caérseme con el próximo azote del mar, las nubes no auguran nada nuevo, luego de explorar tanto terreno la Nao Santiago regresó ayer con las mismas noticias de hace cinco meses: otra bahía inútil. Los hombres han comenzado a pedir que Dios castigue al Cojo Magallanes por su insolencia. No hemos bebido agua fresca en mucho tiempo, incluso los copos que se pegan a nuestras narices son salados. Los patagones han corrido al norte, no creo que regresen hasta pasado el año.
-¡Un laberinto! ¡Un maldito laberinto de los mil demonios! -exclamó el barbero Andrés-, ¡Condenados a perder la cabeza, el cuerpo y el alma, estamos todos los que navegamos con ese cerdo portugués!
Supuse que alguien saldría en defensa del honor de nuestro capitán, pero nadie lo hizo; el flemático golpe de las olas lentas y gélidas sobre el armazón de la nave fue el único ruido de repuesta, como si el mar estuviese de acuerdo con el barbero y Magallanes fuera sentenciado por una fuerza mucho mayor que todos nosotros y los hijos del hombre.
Luego, creo que ya en la tarde, encontramos más muertos bajo la cubierta. Algún imbécil sugirió que nos los comiésemos, pero el sacristán, un hombre que ya no parecía tener vida en el alma, nos recordó que aún a punto de morir de hambre e inanición, comerse a un hijo de Dios sería un pecado imperdonable para un cristiano. Él mismo se encargó de tirar los cuerpos al agua. No flotaron, al parecer el mar también tiene hambre en ésta época del año.
Algunos de nuestros hombres fieles a la corona española, viendo que el capitán Magallanes jamás regresará a puerto seguro hasta culminar su empresa, decidieron que estarán mejor al mando de un capitán español y no portugués...
El grumete dice que Cartagena prepara una embestida en contra del Capitán General, piensa tomar la Nao Victoria y regresar a casa. Dicen que Elcano y los demás están en la conspiración. ¡Ese es otro embustero! Todos saben que si le fuera posible regresarse a casa volando lo haría, es cobarde y se le nota; pero no lo culpo, yo también me lanzaría sobre el Cojo, si me fuera posible... le arrancaría los ojos, lo juro... incluso... me los comería...
-¡Muchacho! Asegúrate de hacerle saber a Cartagena, que el Nao Concepción y lo que queda de su tripulación, está a su disposición -dijo nuestro maestre masticando un trozo del cuero que recién ablandamos en las aguas de estribor-. Y que sea Dios quien juzgue el destino del Cojo Magallanes y el nuestro en esta tierra de olvido.
... y las ratas, tan repugnantes para el hombre, se han vuelto un alimento tan buscado, que se paga hasta medio ducado por cada una de ellas...
Esperamos hasta el primer resplandor de claridad, creímos que sería prudente tomar la Nao Victoria temprano en la mañana, pero el Nao Santiago se divisó en la distancia, hecho guiñapos; recién regresaba de otra expedición más allá de lo que llamaron la isla de Santa Inés, la tripulación, hombres fuertes y llenos de resplandor antes de la travesía, parecía un grupillo de fantasmas débiles y tristes. Busqué a Bartolomé entre las funestas caras, pero no pude hallarlo, comprendí entonces que su predicción se había cumplido tal como lo dijo. Naño, el grumete de la nave, me hizo entrega de la daga que le perteneciera a mi amigo.
No lo soportaré más, estaré con mis compañeros. Ni un solo día más en este viaje de locura. ¡Al diablo con la circunnavegación y la Especiería! Ningún dinero en el mundo vale la pena este martirio y esta sangre, ¿para qué? si después de todo el mundo gira en torno a las divinas creaciones de Dios y nosotros, los hombres en cuyos hombros y estómagos se enriquecen las coronas, no somos más que el olvido de los reyes y el cielo. No seremos más que nombres tragados por el oscuro mar austral en una bitácora descabellada.
-¡Muerte al Cojo Magallanes! -se escuchó la voz en la galera mientras comenzaban a repartir los cuchillos y palos de todos nuestros muertos.
...entonces el Capitán General, con su gallarda valentía envió a San Martín junto con sus hombres de confianza a colocarle los grilletes al traidor Cartagena, más no lo sometió a sufrir pena de muerte pues ambos habían sido ordenados por su majestad, el rey de España en persona; y así lo hizo el contramaestre de la Nao Victoria, apresando también a los cuarenta traidores que fraguaban el asesinato del valiente capitán Fernando de Magallanes...
Mientras el rostro triste del verdadero capitán -el ilustrísimo Cartagena-, nos observa desde la orilla, desterrado, tachado con la marca de la vergüenza sobre su capote; el navío se aleja; el Cojo ha decidido no matarle, ha dicho que es cosa de honor. Y nosotros, todos y cada uno, por intercesión de la rata que llaman Elcano, hemos sido perdonados. Supongo que Nuestro Señor nos depara algo más, después de todo, hemos sufrido tanto como puede hacerlo un marinero... el Cojo Magallanes dice que para el Día de Todos los Santos estaremos en la Especiería, así sea pues nuestro porvenir...
3 observaciones:
Brutal...no tengo mas palabras!
Pachy
Lo prometido es deuda....
Tengo que decir que me tomó un poco de tiempo leer la mayoría de sus escritos, de los cuales admito que son excelentes y lo que más me gustó es que de cierto modo reflejan la vida de uno mismo en relación con diferentes situaciones a las que nos enfrentamos que aunque cada una tenga una particular causa al fin y al cabo conforman nuestra vida.
jeje Bueno, espero volver a hablar con usted y algun dia presentarme.
;)Laura
ernesto-
me has llevado en un viaje al pasado. el párrafo que habla de la muerte de los tripulantes me pareció muy bien ligrado, especialmente esta frase "al parecer el mar también tiene hambre en ésta época del año."
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